El futuro de la higuera
Por Sinaí Ocampo
Nadie sabe el día ni la hora cuando el Hijo de Dios habrá de regresar a la Tierra ni las condiciones económicas, políticas, sociales y religiosas que prevalecerán en ese tiempo. Pero, cada vez que hay oportunidad –por ejemplo al término de un siglo o de un milenio o con la llegada de un nuevo mandatario a un país poderoso–, la gente comienza a especular sobre el futuro del mundo y la llegada de nuevos mesías.
De ahí que muchas personas sientan la inquietud de ver llegar a la presidencia del país más poderoso del mundo a alguien sustancialmente diferente del resto de sus 43 predecesores. Y en la asunción de Barack Hussein Obama, muchos comienzan a ver señales.
Lo primero que salta a la vista es que se trata de un hombre de origen negro (su padre es keniano), lo cual resulta una paradoja en un país hasta hace años racista, donde hace apenas tres décadas no dejaban entrar a los restaurantes a “negros, perros ni mexicanos”. ¡Obama resultó ser apenas el quinto senador de color en la historia de Estados Unidos!
Pero, además, muchos dudan de su formación cristiana, dado que al ser abandonado por su padre a los dos años de edad, su madre se casó nuevamente con un indonesio, por lo que Barack tuvo que emigrar a Yacarta, en donde a los seis años y durante 48 meses recibió educación en un colegio católico y convivió con la gente de un país de mayoría musulmana.
Todo lo anterior conspira contra el nuevo mandatario, quien ha de ejercer su liderazgo a contracorriente, con dos guerras pendientes en el tintero del presupuesto (de un presupuesto en crisis), en un concierto de naciones pujante, donde China y Europa libran una batalla sin cuartel por la supremacía económica y la guerra en el Medio Oriente obligará pronto al nuevo presidente a tomar una decisión respecto del histórico apoyo a la nación de Israel.
De su decisión dependerá que el pueblo judío, odiado prácticamente en todo el mundo, enfrente a sus enemigos árabes.
¿Y por qué debe importarle a la Iglesia el futuro del pueblo judío?
Brevemente, por dos razones. La primera, porque del futuro de Israel como nación dependen algunas de las señales para el regreso de nuestro Señor Jesucristo por su Iglesia amada. Él mismo definió que cuando la higuera estuviera reverdeciendo, cuando brotaran las hojas, es decir, que cuando el pueblo de Israel volviese a ser nación en el territorio que ocupaba en ese tiempo (lo que sucedió en 1948 y 1967, cuando recuperó parte de Jerusalén), deberíamos estar preparados para el rapto de la Iglesia. “Conoced que está cerca, a las puertas”. Y “no pasará de esta generación” para que se cumpla la promesa del Señor.
En segundo lugar, porque varias de las profecías muestran que algún día todas las naciones del mundo se unirán para pelear contra Israel (lo cual implica el abandono de sus históricos aliados: Estados Unidos y Gran Bretaña), para que sea el mismo Señor quien los defienda, pues al no estar ya la Iglesia en el mundo, Dios retomará el pacto con los judíos.