viernes, 12 de junio de 2009

El secuestrado
Por Asael Velázquez

En lo más profundo de la noche, cuando el sueño pesa más sobre los párpados, un comando irrumpió en el lugar con lujo de violencia. La mayoría ya se había dormido, pero uno de sus amigos, que sólo estaba dormitando, alcanzó a oponerse al secuestro. Pero ya era demasiado tarde. El grupo de paramilitares, armado hasta los dientes, ya había identificado a la víctima. Iban sobre él, porque dejaron que los demás huyeran. No opuso resistencia, pero ni así tuvieron compasión de él. Lo ataron y lo golpearon con saña. En realidad, apenas comenzaba la pesadilla.
Entre insultos y maldiciones se lo llevaron a lo que podría considerarse una casa de seguridad, lejos del alcance de de la autoridad civil o militar, porque en éste, como en casi todos los casos de privación ilegal de la libertad, hay otra autoridad que lo fomenta o lo permite, sea por acción u omisión.
Llevaron al secuestrado a la casa del líder religioso. Mientras, no faltaba quién lo insultara, escupiera o, incluso, lo abofeteara, entre burlas y humillaciones. Le aplicaron todo tipo de tortura, sicológica y literalmente. Con trato inhumano y degradante, lo despojaron de sus ropas. Cuando se cansaron de propinarle toda clase de improperios y golpes, lo acusaron de haber cometido cualquier cantidad de delitos, hasta aquellos más horrendos.
No hubo quién saliera en su defensa. Torturado y desecho por los golpes, el secuestrado parecía ya una piltrafa humana. Cuando el líder religioso lo condenó, todos ahí sabían que aquel pobre estaba destinado a la muerte y ningún poder humano podía salvarlo. Acusado de crímenes que jamás cometió, fue llevado ante las autoridades para que, mero trámite, decretaran la pena de muerte sobre él. Tenía la boca desecha por la golpiza y musitó algunas palabras en su defensa.
Privado ilegalmente de su libertad, sin tener quién lo defendiera, golpeado, torturado y vilipendiado, este hombre fue condenado a morir como el delincuente más sanguinario. Con este secuestro, los líderes religiosos vengaban la osadía de este insensato que se opuso a su autoridad. Las golpizas y el trato inhumano hicieron su mella. Como a las tres de la tarde, finalmente falleció. Quienes estaban cerca de él testifican que, poco antes de morir colgado de un madero, se le escuchó clamar: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.