lunes, 15 de junio de 2009

Senectud

Anciano de días
Por Asael Velázquez

El bombardeo mediático, los avances tecnológicos y, en general, la modernidad han trastocado de tal modo los valores de la sociedad que la gente se ha alejado dramáticamente de lo que enseña la Palabra de Dios. Y esa vorágine por lo inmediato (ser, tener y consumir) ha arrastrado a algunos cristianos a olvidarse de las cosas de arriba y a poner sus ojos en las cosas de la tierra.
Pero las Sagradas Escrituras, Palabra viva y eficaz, nos aconsejan ahora que nos paremos en los caminos y miremos y preguntemos por las sendas antiguas cuál sea el buen camino. Y una vez que lo hayamos encontrado hay que caminar por ese sendero, para encontrar descanso para nuestras almas (Jer 6:16)
Un buen ejemplo de cómo los valores humanos están patas para arriba (mis pensamientos no son vuestros pensamientos, dice el Señor en Isaías) es el trato que la sociedad da a los ancianos, a quienes muchas veces se les arrumba en un rincón de la casa, se les ve como un estorbo y se les mide por su inutilidad para producir bienes o sacarles algún provecho.
Algunos se han convertido en una carga para la familia, sobre todo cuando los viejos arrastran con ellos todas las enfermedades del mundo. Muchos quisieran confinarlos a los hospitales, a los asilos o a los panteones.
Pero la Biblia mide con otra vara a los ancianos y ordena un trato especial para ellos.
“Delante de las canas te levantarás, y honrarás el rostro del anciano, y de tu Dios tendrás temor. Yo Jehová” (Lev. 19:32); el apóstol Pedro agrega “Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos” (1ª. 5:5); a lo que el apóstol Pablo ordenaba “No reprendas al anciano, sino exhórtale como a padre” (1ª. Tim 5:1), y el proverbista considera que “corona de honra es la vejez” y que “la hermosura de los ancianos es la vejez”.
Un anciano era y debe ser para los hijos de Dios motivo de honra.
No en balde algunos profetas, como Daniel (7:22), comparan al Eterno Dios como un “anciano de días” y al final del tiempo estarán junto al trono del Dios Altísimo, según la visión del apóstol Juan, 24 ancianos en sus respectivos tronos y con sus coronas.
Además, los apóstoles llaman “ancianos” a los pastores, obispos y, en general, al encargado de una congregación, una familia o hasta quienes deben juzgar, porque son los de mayor experiencia (como los 70 ancianos nombrados por Moisés).
Ahora bien, la eterna Palabra de Dios no esconde la fragilidad y penurias de esta edad. El Salmo 90 habla de molestia y trabajo cuando se rebasa la edad de la plenitud y el capítulo 12 del Eclesiastés describe dramáticamente la decadencia del cuerpo físico de los viejos. En cambio, para quienes conserven su relación intacta con Dios existe la promesa de que “aún en la vejez estarán vigorosos y verdes para anunciar que Jehová mi fortaleza es recto”.
¿Entonces ser viejito me da permiso de hacer lo que yo quiera?
De ninguna manera, a ellos el apóstol Pablo les ordena “que los ancianos sean sobrios, serios, prudentes, sanos en la fe, en el amor, en la paciencia. Las ancianas asimismo sea reverentes en su porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien; que enseñen a las mujeres jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, sujetas a su marido, para que la Palabra de Dios no sea blasfemada”.
Los valores enseñados por la Biblia son eternos, no caducan con el tiempo o con el espacio geográfico. Los principios son aplicables a cualquier persona y el plan de Dios es que la familia sea la base de la comunidad, en la cual los ancianos tienen un lugar especial, porque eso es justo, porque han dejado la fuerza de su juventud en procurar que los hijos y hasta los nietos tengan bienestar y estabilidad. Y porque ellos nos enseñaron y heredaron el conocimiento del Dios verdadero. Y la ordenanza divina es que los hijos de Dios “aprendan (…) a recompensar a sus padres, porque esto es lo honesto y agradable delante de Dios” (1ª. Tim 5:4)
Porque si no puedes honrar al anciano que tus ojos ven…