El arma del suicida
Por Asael Velázquez
¿Te has encontrado alguna vez al borde de la desesperación? ¿Parece que no encuentras la salida a tu problema? ¿Te has hallado en el umbral de la angustia, del abandono, del desconsuelo? ¿Has deseado alguna vez, como el salmista, tener alas de paloma para escapar? ¿Y te ha llegado el deseo de salir por esa que llaman “la puerta falsa? ¿Te han dejado los problemas en “el desierto” y, como Job, has deseado nunca haber nacido?
Detente, te dice la voz de tu Amado, no te hagas daño. Porque a veces, entre la vida y la muerte, la luz y la noche, la cima y el abismo, parece que sólo hay una pequeña diferencia, una grave decisión puede tomar sólo algunos segundos de extrema desesperación. Como sucedió con el carcelero de Filipos. Dice la Biblia que cuando despertó y vio abierta la cárcel, sacó su espada para matarse, pues pensaba que los presos, por quienes tenía que responder a sus superiores con la vida, habían escapado.
Y cuando extiende su mano para quitarse la vida, el grito del Apóstol paraliza el arma homicida. ¡Detente, no te hagas daño!, que todos estamos aquí.
La extrema decisión de quitarse la vida puede tomar sólo unos segundos. ¿Qué debe estar pasando por la mente del suicida para desear morirse? Una extrema desesperación, angustia y soledad requieren de una extrema solución. Y el remedio se llama Jesucristo.
Sigue contando Hechos de los Apóstoles que cuando escuchó la voz del apóstol, el carcelero de Filipos pidió una luz y temblando aún de miedo fue a tirarse a los pies de Pablo y de Silas. Señores, les preguntó, ¿qué tengo qué hacer para salvarme? La respuesta fue contundente: “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo”.
Dios ha provisto un remedio eficaz para los desesperados, ninguneados, perseguidos, maltratados, encarcelados, enfermos terminales, pobres de espíritu, necios, para quienes no encuentran salida a sus problemas, para los endeudados, abatidos, heridos, molidos, despreciados y desechados. Para todos ellos, el Señor es la solución.
La puerta no es suicidarse. Porque quitarse la vida no debe siquiera entrar en los pensamientos del pueblo cristiano. Tal intención del corazón no puede provenir del Espíritu Santo. El Señor Jesucristo dejó muy clara la diferencia entre la vida y la muerte. Dijo: porque el diablo no vino sino a matar, a robar y a destruir. Pero el Cristo de la Gloria vino a dar vida en abundancia.
Si tú aceptas a Cristo como tu único y suficiente salvador, incluso en lo más profundo de la noche, en la celda más oscura, con las circunstancias en contra, como pasó con Pablo y Silas, tu amor por la vida, que proviene de lo alto, va a estar tan arraigado, que vas a estar orando y cantando himnos. Aun preso, tú serás libre. Y no desearás morirte, porque esa decisión sólo le corresponde al Altísimo, quien tiene contados, dice la Biblia, hasta los cabellos de nuestra cabeza. Y sólo a él le corresponde acortar o añadir días a nuestra existencia.
Y esa vida que habitará en lo profundo de tu ser será como una llama dentro de ti que se ha puesto en ti para que alumbre a quienes te rodean. Bendice, bendice siempre a tu prójimo. Porque quizá sin saberlo una palabra tuya de aliento, de consuelo, de amistad, puede ser la diferencia entre la vida y la muerte para personas que te rodean. Tu voz puede ser el equivalente al grito del apóstol que quizá, sin que tú lo logres ver, logre detener a tiempo el arma de un suicida.
La puerta falsa
Por Olga Miranda
De acuerdo con datos de la Organización Panamericana de la Salud, de 2001 a 2007, cinco millones de personas en el mundo decidieron terminar con su existencia. La Organización Mundial de la Salud estima que el suicidio es la tercera causa de muerte entre los 15 y 29 años. En México, la tasa mayor está por los 15 años, lo cual es un drama, porque hace 15 años estaba en mayores de 65 años, generalmente por padecer alguna enfermedad crónico-degenerativa.
El suicidio es un fenómeno en crecimiento. Pasó de 2,736 en 2000 a 3,553 casos en 2005. De acuerdo con el INEGI se observa que del total, 525 fueron en personas entre los 15 y 19 años (313 hombres y 112 mujeres); la mayor parte de suicidios en México ocurre entre personas de 20 a 24 años (523: 430 hombres, 93 mujeres) y se registraron 462 suicidios entre los 25 y 29 años (396 hombres y 66 mujeres).
El grupo que incrementó los suicidios es el de los niños menores de 14 años, el cual (en 2005) alcanzó la alarmante cifra de 139 decesos, es decir, más de 11 suicidios mensuales.
Entre los motivos por los que se suicidan las personas están, en primer lugar, los disgustos familiares; en segundo lugar, causas amorosas y, en tercer lugar, por padecer enfermedades incurables, dato que lleva al segundo grupo de población de mayor incidencia de suicidios en el país, que es el de los adultos mayores de 65 años. En 2005 247 ancianos se quitaron la vida (229 hombres y 18 mujeres). El modo más usado por los suicidas es el ahorcamiento, quizá por escasez de recursos, si no usarían métodos más caros, como armas de fuego o medicamentos.