viernes, 20 de junio de 2008

La célula de la sociedad

La familia, amenazada
Por Asael Velázquez

Como en los días de Noé… En los años más recientes se ha perpetrado un ataque directo y sistemático en contra de la familia, la célula de la sociedad, la institución básica de la transmisión de valores. Mucho de lo podrido en nuestro mundo actual se puede explicar por la ausencia de ética, moral y decencia en los hogares. Y aunque a los cristianos no debiera sorprendernos demasiado la situación –debido a que estos tiempos forman parte de las señales previas al rapto de la Novia–, sí es necesario que las iglesias, en cuanto instituciones sociales, levanten la voz para dejar en claro lo que la Biblia dice, por ejemplo, acerca de la unión entre homosexuales, el aborto, la violencia y el divorcio.
Precisamente, estos asuntos son los actuales dardos de fuego con las cuales el enemigo de nuestras almas pretende atacar a nuestra familia, a nuestras familias cristianas en el Distrito Federal y en su zona conurbada, incluido el oriente del Estado de México.
El pasado 16 de marzo de 2007, el Gobierno del Distrito Federal, encabezado por Marcelo Ebrard, legalizó las así llamadas sociedades de convivencia, reglamento mediante el cual, sólo ese día, 580 parejas de homosexuales formalizaron su unión para formar su propia “familia”.
Desde el lunes 5 de marzo, la Gaceta Oficial del Gobierno del Distrito Federal publicó los 15 artículos de los que consta la Ley de Sociedades de Convivencia, donde se explican los lineamientos para la constitución, modificación, adición, ratificación, registro y terminación de tales uniones.
Con 42 pesos, pagados en cualquier oficina de la Tesorería del GDF, cientos de personas han legalizado esta abominación a los ojos de Dios. “Se casaban y se daban en casamiento”, dijo el Señor al describir los tiempos prediluvianos. Y el diablo ha agregado el resto.
Pero los sodomitas no son los únicos que están de fiesta. La fracción del PRD en la Asamblea Legislativa en la capital de la República ha presentado una iniciativa que, al momento de escribir estas líneas (mayo 2007), tiene todas las probabilidades de ser aprobada por la mayoría de los diputados: la que despenaliza el aborto.
La mujer tiene el derecho de decidir sobre su cuerpo, han argumentado los diputados para obligar al Estado tanto a quitar las penas contra las mujeres que decidan interrumpir el embarazo como a los médicos que los realicen, aunque ignoren el juramento hipocrático de salvar la vida y violen el sexto mandamiento de la ley de Dios.
Y para rematar, desde hace décadas reina la violencia en los hogares, de tal forma que las parejas, incluso las cristianas, han optado por vivir en contra del plan de Dios: la unión libre, los encuentros de ocasión o el divorcio. Vea si no. Según el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) existen en el país 25 millones de personas solteras, de las cuales, 13 millones son hombres y 12 millones mujeres; y de esos, cinco millones están separados, divorciados o viudos.
En 2002, los matrimonios disminuyeron en casi 49 mil respecto de 2001, mientras que los divorcios aumentaron poco más de 3 mil desde 2000, y más de 23 mil considerando la década de los noventa. De acuerdo con las cifras más recientes del INEGI, el año pasado hubo 60 mil 641 divorcios.


Un proyecto divino
Por Batista Cortés

En el Evangelio de Juan 14:1-4 el Señor Jesucristo nos muestra que el cielo es un hogar, la “casa del Padre” y que ahí viviremos para siempre, porque somos parte de la familia de Dios. Hogar: palabra maravillosa, capaz de fascinar y ablandar el corazón más endurecido, que tiene un singular magnetismo que atrae y encierra una dulzura y atractivo especial, da fuerzas al marinero en altamar, y es capaz de atraer a los emigrantes desde las distancias más lejanas y desde el país más remoto.Hay una gran diferencia entre hogar y casa. La misma que hay entre una persona viva y una muerta. Al hogar no lo componen cuatro paredes o un buen resguardo. No es estar juntos, viviendo bajo el mismo techo. Es aquel donde las llamas del amor se mezclan y se remontan al cielo, dando gloria a Dios. ¿Qué convierte una casa en un hogar? No es la estructura del edificio o el decorado, sino la práctica cotidiana del amor, la tolerancia, el dominio propio, la comprensión, el diálogo, etcétera.