viernes, 20 de junio de 2008

Los niños no son de la calle

Refugio para el menesteroso
Por Olga Miranda

Qué triste es ver a niños, jóvenes y adultos en las calles caminando sin rumbo, con la mirada perdida, la ropa desgarrada, sucia y maloliente. Algunas veces los vemos drogándose, otras pidiendo dinero, unas limpiando parabrisas o durmiendo en las coladeras. Son la parte de la sociedad que nadie quiere ver ni oír y pocos se acercan a ofrecerles ayuda económica o espiritual.
Como pueblo de Dios nuestro deber debería ser ayudar, pero la realidad es que muchos cristianos ni siquiera lo piensan y, mucho menos, los ayudan. Pero hay quien sí lo hace. Ministerios Adulam es una asociación civil cristiana que surgió hace once años con el objetivo de ayudar a rehabilitar y restaurar a drogadictos, alcohólicos, prostitutas, homosexuales, ladrones, grupos marginados y étnicos que viven en condiciones deplorables.
En entrevista con La Voz del Amado, Emilio Beltrán Corona, director de esta asociación, comentó que “Adulam no sólo se encarga de hablarles de la Palabra de Dios, sino de enseñarles el camino para una transformación total, que ellos puedan conocer al Dios todopoderoso y de esa manera acceder a una vida amor, esperanza y paz”.
“La realidad es que nuestra sociedad es corrupta y decadente y poco estamos haciendo como Iglesia. Adulam nace como una respuesta a esta sociedad decadente y tenemos una cobertura espiritual muy fuerte, de hombres de Dios”, puntualizó.
Una sociedad herida
El director de Adulam explicó que este ministerio nació como consecuencia de las heridas que vive nuestra sociedad, pues México tiene cerca de 350 mil niños y jóvenes en condición de calle, cerca de 20 mil menores son víctimas de prostitución y pornografía y, según cálculos conservadores, cada día mil jóvenes ingresan a las filas de la drogadicción y el alcoholismo.
Adicionalmente, cerca de 4.5 millones mujeres son madres solteras y nuestro país está entre los primeros lugares, a escala mundial, en secuestro, pornografía infantil, narcomenudeo, corrupción y violencia.
Beltrán Corona agregó que entre las principales causas por las que los niños abandonan su hogar está la pobreza extrema, “pues más de 50 millones de mexicanos viven en pobreza extrema y basta con ir a Chiapas y Oaxaca para ver lo que significa esto.
“Si desde pequeños sufren de hambre, entonces algunos empiezan a desertar del hogar. Es ahí donde ellos forman su carácter en la calle y los aborda la necesidad y desde niños se vuelven limpiaparabrisas de crucero, y comienzan a drogarse”, considera.
“Si no tienen un encuentro con Dios van a vivir con esta herida toda su vida. Se tiene que hacer algo. Dejemos de jugar a la iglesia y salgamos a emprender algo que transforme esas vidas”, aseguró.
Lugar de refugio
La visión de este ministerio se canaliza en dos sentidos. El primero se establece en la atención interna y la rehabilitación integral por medio de un modelo familiar, creador de valores y lazos afectivos, que intenta desarrollar un carácter responsable y una vida productiva. El segundo apunta hacia la ayuda externa, brindando apoyo a los diferentes sectores necesitados de la población. Se materializa esta ayuda mediante la donación de ropa, despensas, artículos escolares y brigadas de salud, entre otros.
Adulam atiende a 700 niños en Casas Hogar y cinco mil menores en comunidades indígenas. Trabaja con muchos grupos étnicos: mixes, chatitos, zapotecos, de la costa, tzotziles, choles, lacandones, tzetzales y tojolabales.
“Estamos haciendo cosas impresionantes, porque es una forma de evangelismo que la Iglesia no conocía. Estos niños están siendo alcanzados por Dios, Él los está bendiciendo y se están haciendo cosas gloriosas entre los grupos marginados.
“Nosotros como institución no podemos quedarnos aquí, hay que ir por más desamparados. En el país tenemos 130 grupos que atendemos en la calle. Tener misericordia y asistir al menesteroso es algo que todo hijo de Dios debería hacer, pues lo dice la Biblia”.

Controversia
Sin historia
Por Juan Elías Vázquez

Nadie sabe de dónde vienen y adónde van los niños que deambulan por las calles. Parece como si hubieran nacido ahí y en ese sitio estuvieran condenados a crecer. Cuando nos topamos con ellos, quizá, tengamos compasión y hasta les regalemos una moneda, pero después los olvidamos. Los niños de la calle, por definición, no pertenecen al hogar, al engranaje social, han quedado excluidos de nosotros.
Los niños de la calle no tienen historia. La sociedad no sabe o no quiere saber de dónde salieron por primera vez, si lo que pepenan les da para comer, si tienen dónde dormir, si tienen familia, si van a sobrevivir el día siguiente. Al considerar a esos chicos “de la calle”, el discurso oficial concentra su mirada en la situación actual, como si fuera un fenómeno irreparable, soslayando la historia personal-familiar que hay detrás de cada pequeño en desgracia. La situación de esos niños puede ser cambiada, si los vemos como dueños de un rostro humano y de una historia individual. Dejar de percibirlos como si tuvieran un mal incurable.