miércoles, 29 de julio de 2009

Segundo Aniversario 2009
Testimonios


El Señor me sanó de cáncer

Por Abner Chávez
Jehová, Dios mío, a ti clamé y me sanaste.
Oh, Jehová, hiciste subir mi alma del sepulcro.
Salmos 30:2-3

No encuentro palabras para agradecer a mi Señor el milagro que hizo en mi vida, y que ahora quiero compartir con ustedes. Estoy vivo y sano por la gracia de Dios, porque sus misericordias son nuevas cada mañana y porque su poder es el mismo ayer, hoy y por los siglos.
En noviembre de 2008, después de realizar varios estudios, el urólogo del IMSS me confirmó que tenía yo cáncer vesical. Y no cualquier tipo de cáncer, sino el más agresivo, invasor y en estado muy avanzado. “Si se sale de la vejiga, ya no hay nada qué hacer”, me dijo el médico, con tono de preocupación. Debo reconocer que oírlo de labios del especialista me noqueó, a pesar de saberlo ya con anticipación.
Seis meses antes, cuando el dolor atormentaba mi cuerpo, una madrugada, derramando mi alma delante de Dios, le rogaba al Señor que me dijera qué tenía y cómo podía aliviarme. Me llevó a su Palabra, en el libro del profeta Jeremías, y claramente sentí cómo hablaba a mi vida y me anticipaba lo que iba a padecer: un mal sin cura, doloroso y que no había manera de evitarlo. En ese mismo capítulo, sin embargo, daba también una promesa: “Mas yo haré venir sanidad para ti y sanaré tus heridas, dice Jehová”.
Ese pasaje y esa promesa me permitieron enfrentar la enfermedad con tranquilidad. El Señor me quiere conservar la vida, le dije entonces a mi esposa, de otra manera no me lo hubiera anticipado. Incluso así, ya previendo lo difícil, aún tenía la esperanza de que en los exámenes saliera yo limpio. Por eso, al oír de labios del médico las malas noticias, de pronto me quedé sin saber qué hacer.
Entonces busqué el apoyo en la oración de mis hermanos de la Iglesia Cristiana Restauración El Sol, donde me congrego, y simultáneamente pedí una segunda opinión en el Instituto Nacional de Cancerología. Cuando ahí me corroboraron el diagnóstico y la urgencia de atenderse, mi esposa y yo rogamos el apoyo de otros hermanos y congregaciones, entre ellos, algunos lectores de esta revista, y de otras Iglesias, cuyos pastores quisieron ponerme en peticiones. A todos ellos agradezco públicamente, porque entre todos hubo un justo a quien Dios escuchó. ¡Alabado sea el Señor!
Luego de un año de diagnósticos de muerte, cuatro visitas al quirófano, 17 días hospitalizado en Cancerología, una herida de casi 25 centímetros y muchas dificultades, angustia y dolor, los médicos me mandaron a casa sano y salvo, porque los resultados de la biopsia indicaron que ese agresivo cáncer invasor no invadió más allá del órgano que me quitaron, porque la mano de mi Señor no le permitió hacer más daño.
Aún recuerdo cómo, cuando me estaban quitando las puntadas, uno de los médicos le decía a mi esposa que los resultados de patología mostraban que ya no había necesidad de radioterapias o quimioterapias o algún otro tratamiento o medicina. Pero hay que estar atentos, advirtieron, porque “el cáncer no tiene palabra de honor”. Y eso es cierto, el cáncer no tiene palabra, pero mi Señor sí tiene Palabra y el cielo y la tierra pasarán, pero la Palabra de mi Señor Jesucristo permanece para siempre.
Ahora sé que estoy listo para cuando mi Dios quiera llamarme a Su presencia, que puede ser este mismo año, el siguiente o dentro de una década. Sé que eso va a pasar algún día, pero ya no será a causa del cáncer, no. A este enemigo el Señor ya lo derrotó en la cumbre del monte Calvario, donde Él llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores. Este enemigo está ahora bajo nuestros pies.
Apenas en marzo, uno de los médicos que no me había atendido antes, al revisar mi expediente, ya para despedirse, me dijo: “Felicidades, porque no cualquiera sale de esto”. Cuando yo lo conté en una reunión familiar, una de mis cuñadas me atajó: Es que nosotros no somos cualquiera, somos hijos de un Dios vivo.
Y esa es la razón por la que me decidí a publicar este testimonio. Decirte a ti, hermano, que tú eres un hijo del Dios viviente y que si Él me sanó a mí de un mal incurable, también puede sanarte a ti, no importa el nombre de la enfermedad ni los años que tengas sufriendo con ella. Aférrate a la Palabra de Dios y allégate a Su presencia con fe, porque Él no tarda en cumplir sus promesas.
* Editor de La Voz del Amado