miércoles, 29 de julio de 2009

Quizá habrá aquí diez justos...
Por Félix Martínez García

Y eran ambos justos delante de Dios,
andando sin reprension en todos los

mandamientos y estatutos del Señor

Lucas1-5.


En el contexto de la alerta sanitaria por el virus de la influenza humana, no pude resistir enviar un mensaje al pueblo cristiano, porque esta contingencia epidemiológica tiene una connotación espiritual que no debe pasar inadvertida.

Porque hay que saber leer estos últimos acontecimientos desde la perspectiva espiritual, desde el punto de vista divino, de las Sagradas Escrituras, para entender que a este país, a esta ciudad, Dios la tuvo en su noticia y salvó a la población de un mal mayor, porque en esta ciudad y en este país viven, al menos, diez justos.
La misericordia de Dios se hizo patente, porque sólo un Dios misericordioso acepta truncar una catástrofe mayor y, aun en los casos fatídicos, un castigo mayor. Porque sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, por eso debemos sacar lecciones importantes de esta crisis sanitaria.
La más gratificante es saber que, entre nosotros, viven al menos diez justos. Viene a mi mente el pasaje de Génesis 18, cuando Abraham intercede por una decadente y pecadora ciudad –tan parecida ahora a la nuestra– a la que Dios iba a destruir, en la que, ni siquiera, una decena de justos fue hallada para que Dios no destruyese a esa gente.
La presencia de justos a lo largo de los tiempos ha propiciado el engrandecimiento de la paciencia de Dios y una oportunidad más para que los demás busquemos el rostro de Dios. Es necesario entonces definir cómo son los justos de nuestros tiempos.
Por ejemplo, en los tiempos del rey Herodes, Dios tenía en su memoria a dos personas que el evangelista Lucas describe como un hombre y una mujer sin reprensión alguna, acatando todos los mandamientos y estatutos de Dios.
Los justos de nuestros tiempos no son diferentes. Son hombres y mujeres temerosos de Dios. Pero ¿dónde están?, ¿quiénes son?, ¿cómo viven? Sólo Dios los conoce y, dicho sea con mayor propiedad, ellos conforman la Novia de Cristo.
Pero estamos convencidos de que hoy, como en los días de Herodes, estos justos tienen un nombre, un oficio, un hogar. Zacarías y Elisabeth, justos que habitaron este mundo hace más de dos mil años, hacían de esta tierra un lugar de adoración a Dios. Por eso Dios volteó la vista hacia ellos.
Pero no los sacrilicemos. La Biblia no esconde las fallas humanas. Porque inclusive estos justos tuvieron debilidades. Es sabido cómo Zacarías, un hombre viejo, cuando escucha a un ángel que iba a ser el progenitor de Juan el Bautista, este justo no creyó y por esa causa permaneció mudo hasta el nacimiento del niño.
La falta de fe en el anuncio del ángel evidencia la naturaleza humana de Zacarías, el justo; del mismo modo, los justos de nuestros tiempos tienen éstas y otras debilidades. Poder ver este comportamiento en los justos nos hace apreciar aún más la misericordia de Dios, porque perdonó la destrucción de esta pecadora ciudad y, para eso, hubo, al menos, diez justos de carne y hueso.
Ahora bien, en esta contingencia sanitaria Dios fue fiel…
¿Pero tú? ¿Qué pensaste cuando oíste por primera vez las extremas medidas tomadas por el gobierno mexicano? ¿Te dio miedo o te dio gozo? ¿Te acordaste de Dios o lo dejaste al final de tus pensamientos? ¿Qué planeaste hacer con tus hijos? ¿Pensaste en el apocalipsis, en el rapto, en los tiempos finales o saliste corriendo a realizar compras de pánico?
Quizá, como a Elías, hombre de semejantes pasiones a las nuestras, te entró el terror.
¿Pero, acaso no está escrito que el justo por la fe vivirá y el que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente?
¿Acaso no está escrito que el justo dice a Jehová: Esperanza mía y castillo mío?
¿Acaso no está escrito que Dios libra al justo del lazo del cazador y de la PESTE destruidora?
Porque muchos cristianos modernos en esta contingencia confiaron más en el Teraflú, el tapabocas y la vacuna de la influenza que en la oración del justo, que obra eficazmente. Otros, más tibios, se pusieron el tapabocas, simplemente, por si fallaban las promesas de lo alto.