Por Elsa Mendoza
Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz
y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti.
Isaías 60:1
y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti.
Isaías 60:1
Una infección en la garganta de Dana Gimena, de dos meses, se bajó al estómago y se complicó. La más pequeña de mis dos hijas tenía diarrea, vómito y dolorosos cólicos y se fue agravando. Oramos en familia y, entre lágrimas, entregué a mi hija a la voluntad del Señor porque, después de todo, de Él había venido. Para el 30 de enero estábamos en Urgencias del hospital del IMSS, porque la nena presentó una distensión abdominal de 44 cm, pues una mala dosis del medicamento provocó un colapso en el intestino y éste se paralizó. A la mañana siguiente estaba en terapia intensiva, los doctores dijeron que la niña estaba muy grave y que por ninguna razón debía irme. Su vida corría peligro, se operara o no. Todos los días clamábamos al Señor. La pequeña se consumía día a día por el riguroso ayuno que tuvo. Le hicieron muchos estudios y le aplicaron medicamentos todo el tiempo: estaba muy lastimada. Recibíamos el reporte médico como un golpe diario, pues no había mejoría. En el pasillo de terapia encontramos a otros padres, casi todos cristianos, que nos dieron apoyo y consuelo, pues orábamos unos por otros. Un amigo nos dio Palabra que, cuando supiéramos por qué estábamos allí, regresaríamos a casa con nuestra hija sana, sin necesidad de operación. De pronto, la niña empezó a mejorar, luego más y así, hasta que aceptó hasta 4 onzas de leche, pues antes sólo había recibido nutrición parenteral por medio de un catéter en el cuello, razón por la que no podíamos cargarla, ¡con lo mucho que nos hacía falta a todos!
Luego de otra valoración, que arrojó por tercera vez la posibilidad de una operación, para sorpresa de los médicos y alegría nuestra, la niña mejoró. Luego de 1 mes hospitalizada, Dana está hoy en casa por la misericordia de Dios, ya recuperada. Antes de salir, el personal del hospital elogió la fortaleza física de la niña, pero les dijimos que Dana, por sus propias fuerzas, hubiera librado una batalla perdida. Ganó la guerra en las fuerzas del Señor. Él nunca la abandonó. ¡Bendito y alabado seas Señor, porque ella nunca estuvo sola, Tú siempre la cuidaste!
* Diseñadora de La Voz del Amado